Barcelona, Alba, 2011.
Hace varios años que llevo reconociendo en Miles Davis ese sentido indescriptible de quien, sabedor del oficio, alardea de inconformista, llevando la música a una clase continua de clímax, a una atmósfera turbia donde la luz apenas transpira, y, sin embargo, todo es demasiado hermoso, al mismo tiempo que desesperado.
El trabajo publicado por Ashley Kahn sobre las sesiones de grabación de Kind of Blue nos sumerge en la tensión creativa de técnica e improvisación que mantuvieron tanto Davis como Evans a la hora de producir y mejorar los esbozos de la que sería una obra máxima por su control de los tiempos, por sus hipnóticas melodías y silencios, y por una nostalgia eterna en cada tema que te permite olvidar la realidad y rozar la decadencia de aquellos recuerdos que te han ido modelando.
Kind of Blue no fue una obra tan relevante para el propio Davis como se ha escrito tantas veces. El discípulo de Parker comprendía el jazz como un trance, como una forma de aprendizaje excitante, sin desenlace, que inspiraba continuamente a sus músicos y al propio creador para otras sesiones en estudio o en directo.
El ensayo de Kahn es un estudio minucioso de la interpretación, de la orfebrería que se acumula tras toda una tradición junto con la genialidad espontánea, surgida solamente a través de la música, a través de partituras intemporales, sin olvidar la influencia social y el propio perfil psicológico de todos los músicos que allí se dieron cita (Cobb, Evans, Adderley, Coltrane, entre otros); en el estudio de Columbia de la calle 30, una mañana de 1959. Qué puedo decir de Kind of Blue. Confirmo la sentencia de Kahn sobre la escritura de Davis: “Kind of Blue tiene vida propia y prospera más allá de los confines de la comunidad jazzística. Ha dejado de ser posesión exclusiva de una subcultura musical para convertirse en música en mayúsculas (…)” (pág. 23).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu Opinión es Importante, Deja Tu Comentario: