lunes, 20 de enero de 2014

Margen Harmónico, de José María Piñeiro

Contemporáneos a mano 2. Biblioteca Hernandiana.
Fundación Cultural Miguel Hernández.

“ (...) que las vendas que amordazaban 
mi boca sean desatadas (...)” 

Libro de los Muertos

    Durante muchos años la obra del poeta José María Piñeiro ha permanecido latente en diversas antologías y revistas de creación literaria tan destacables como Poezia, Salamandra o la propia Empireuma, de la que fue hacedor junto a José Luiz Zerón y Pepe Aledo, entre otros. Su vida ha estado condicionada por una dedicación extrema al estudio y a la creación artística, no sólo a través de la escritura, sino también por medio de un culto exacerbado, desmedido, - en continua experimentación - con la fotografía y el collage. 

   Mis encuentros esporádicos con José María Piñeiro a lo largo de estos años describen una personalidad silente aunque reaccionaria, celosa por tanto de una compulsiva actividad literaria, que remite más al placer del proceso de la experiencia artística más que al protagonismo de la publicación. 

   El poemario que edita ahora la Fundación Cultural Miguel Hernández de Orihuela, Margen Harmónico, es una representativa compilación de esta fragmentaria obra que Piñeiro ha ido reformulando a lo largo de una trayectoria aparejada a la heterodoxia de creencias religiosas y corrientes vanguardistas. Se advierte una predilección por la conceptualización de formas antes que una intuición espontánea de la realidad presentida, - en este caso, la ficción gramatical sostiene las significaciones-: “La luz impide ser minucioso, / detenerse en la descripción de los detalles./ Bajo la rotundidad de esta luz no hay nada accesorio,/ no hay imagen que destaque o destruya/ la unidad de la visión (...)”. 

    El figurativismo de su poesía no está deslindado de esa instintiva comprensión del mundo que aloja el don genesiaco de la creación, sin embargo, la poesía de Margen Harmónico configura voluntariamente la preeminencia semántica de lo interiorizado, de lo modalizado desde nuestros pensamientos, que queda después de un tiempo de hibernación por el que transcurre todo lo que el poeta ha vivido y no ha manifestado todavía. Lo aprehendido se transforma entonces en cosa aprendida y significada: “Toda partícula de tu verbo/ está ya depositada/ en el armazón que sostiene al mundo./ La esperanza se llama: nosotros”. 

    Ahora que la realidad significada prende en sus versos (como una clase de metalenguaje para conocer la mismidad de las cosas y el yo que penetra inútilmente la frondosidad de las existencias) queda el aforismo, la fragmentación del ritmo, la atonalidad intencionada, los conceptos que predominan sobre lo adjetival o lo adyacente: “Busco el libro que contenga las leyes secretas de la analogía, / el códice que guarde los mágicos pentagramas/ de las asimetrías y las convergencias; (...)”. Son los mecanismos formales de recurrencia formal para extrañar el lenguaje; su reverberación de significados formales y culturizados no ocultan su disfemia y su polisemia: “La belleza que se ve/ y no se descifra”. En Margen Harmónico lo dicho no es mímesis, ni siquiera resonancia frugal de experiencias extasiadas, sino un simbolismo de lo escrito que se regenera continuamente como tributo a la categoría del sentido conceptual, aquel que aún vibra lejanamente como el azaroso fluir de las sustancias: “Las imágenes se precipitan. / La creación arrolla su floral guijarro./ Espacio deglutido por las veloces escrituras”. 

    El lenguaje de José María Piñeiro es, por lo común, reflexivo - ya que no refleja la vastedad sentida – pues instrumenta el reflejo presupuesto de las cosas como consideración teórica del propio lenguaje poético. Su estética expresionista revive en lengua el ser que piensa sobre el ser y ahí radica la fructífera lectura de tantas expresiones poetizadas que tientan realidades recónditas, febriles, pero impregnadas eminentemente de una aparente, envanecida, racionalización: “Y he detestado el patetismo de la poesía/ cuando era yo quien no estaba a la altura de su verbo,/ y repetía el error de querer consignar agitadas vaciedades/ de un estado del que sólo el caos/ era tanto su nombre como su adjetivo.”

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