Me sometes y estiras la cuerda hasta que se vence este brazo y queda al descubierto el músculo. El piano que teníamos en casa flota en esas aguas desde hace varios años. Los grajos, como tiznajos en la boira, ocupan el espacio de luz blanca. Las cuerdas que muerdes fueron hechas por la misma mujer que bendijo a los tullidos. Has leído el opúsculo sobre los fármacos que agujerean cada órgano. No podrás entrar al portal con esa llave recién fundida y que se enfría en tu vientre. Allá cada cual con lo suyo mientras camino en busca de la pared por la que ascendió el perro de los Lewis.
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