Entre los naranjos encontré el pozo. En sus aguas, el mismo reflejo persistía como en el filo del cuchillo. Éramos unos cuantos los sedientos. Vibraba una luz hiberniza y, en los ojos de algunos, una preocupación insana. Hervían renacuajos y nuestros pies se hundían en la marga. Callé antes de que el más alto se arrimara a la superficie y besara la humedad. Los otros y yo obedecimos. La luna, por primera vez, nos ocultó.
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