Entrabas en ese espacio y era fustigante el eco. Los hombres eran expuestos y, en las paredes blancas, alguien quebraba los pájaros. El amante nos vigilaba y, detrás del cuarto verde, las cortinas oscilaban. La lengua roja del perro bañaba el claustro. Alguien lo exhaló y las piezas de carne fluyeron hacia la desembocadura.
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