La atmósfera que respiramos no pertenece a este tiempo. Echamos de menos las mismas huellas y nos sobrecoge la luz del crepúsculo, una franja humosa sobre la línea del horizonte. Esa luz que nos atrapa es la que bebieron nuestros padres con las botas hundidas en el fango. Nuestras manos intentan recoger los frutos de aquellos días, pero la tierra ya es estéril y hemos preferido aguardar sobre la plomiza colina.
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