El libro no me pertenecía, sino que cada palabra era un inédito acontecimiento bajo la cúpula. En la estación de Opera, el señor de las plumas golpeaba el tambor. La hojalata vibraba y mis ojos consumían la luz oblicua. Mi cuerpo era el eco de otra palabra reciente. El libro no me pertenecía. Las olas, añoraba las olas, y el verso de René Char donde declina el alba y los estorninos se extinguen. La profundidad es inextinguible, sin embargo. Lola me susurraba detrás del muro: que alguien, cerca de Tullerías, lloraba a sus pálidas criaturas.
Fotografía de Pati Gagarin |
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