Toda ejecución es una promesa.
El fuego que se arrima al hombre no es el culpable,
sino el áspero viento que seca las briznas en tu boca.
Antes de ser enterrados,
merecemos dejar de ser aquello
que confundió a nuestras madres.
Nuestros ojos no eran los ojos
de los hijos benévolos.
Ni siquiera el aliento que fluía
de nuestra exhalación
hasta el visible río, hasta la corriente
que lenta retomaba el peso de los cuerpos.
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