Me voy a ganar enemigos, pero me da igual. He leído mucho sobre la inteligencia emocional, he asistido a cursos y he hablado con algunos pedagogos que creen fervientemente en el poder purgativo de esta corriente. Mi experiencia docente me obliga a cambiar continuamente los enfoques de aprendizaje en muchos alumnos, buenísimos alumnos, que, sin embargo, no saben reflexionar sobre un texto poético o sobre una película; aprenden rápido, menos mal, pero casi todos ellos son el resultado de una enseñanza tecnificada y burocratizada en la que la Administración ha convertido la Educación en este país. La educación de las emociones se ha convertido en otra forma de evitar los verdaderos problemas de la educación, intentando aplicar un mesianismo cristiano en alumnos que lo que verdaderamente necesitan es disciplina y saber cosas.
Los maestros viven en una encrucijada: cumplir los proyectos que las editoriales negocian en función de dicha corriente o continuar con una metralla de deberes y exámenes que, por otro lado, Administración, revalidas y padres exigen. El problema es que tenemos alumnos en Bachillerato a los que se le ha privado y se les priva de una enseñanza de asignaturas basadas en el conocimiento de las Artes y la Filosofía, y de una gestión de los contenidos más abierta, no sometida a los temarios y a pruebas continuas de evaluación memorística. Pero asesores educativos y filósofos VIP siguen hablando de las emociones y de sus virtuosas propiedades.
Lo que está claro es que nos encontramos paradójicamente con alumnos que no saben escribir a propósito de un poema o de una experiencia vital, sencillamente porque no se les ha enseñado, porque hemos pensado que la inteligencia emocional llegaría a iluminarlos por generación espontánea y que era contraproducente que escribieran repetidamente sobre textos o recuerdos, como nos mandaban los maestros de la EGB.
Es otra de las contradicciones en las que vive la Educación en este país: se legisla sobre la inteligencia emocional y se eliminan asignaturas artísticas y disciplinas como la Filosofía. Se organizan congresos alrededor de las emociones y los alumnos apenas llegan a ver en profundidad la literatura en la ESO o en el Bachillerato, salvo en algunas optativas.
Pero todos los pedagogos hablan de las bondades de la inteligencia emocional, mientras aquello que es esencialmente sensible como las Artes o la Filosofía ha sido eliminado de un plumazo de nuestros centros con el consentimiento de estos telepredicadores.
Soy escéptico con este nuevo horizonte pedagógico en torno a las emociones. Veo negocio y mucho negocio, y no tengo claro que sea positivo educar en esta corriente si no hay literatura, arte o cine de por medio. Las emociones no deben estar reñidas con saber y saber expresarse por escrito. Yo quiero alumnos sensibles, pero que sepan escribir y esforzarse. A veces, la sensibilidad, como la letra, con sangre entra.
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