A Álvaro Mellado, a J. A. Cayuelas y a José María, el conserje.
No hay desesperación en su rostro, porque los poetas están acostumbrados a morir serenamente en el cuadrilátero. Verborrea y siniestra disonancia lúdico narrativa lo llaman cuando ella desmiente que su violencia es hermosa y maldita como esos preciosos ojos de muñeca de plástico que rozan la realidad lumínica de las luciérnagas. Ella es modelo y tú eres el poeta de los significantes estructurales. Bendice el pan con moho y el sudor de ese guante invernal.
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