Reseña | Fuente: Muñoz Grau |
- “Yo vivía como Robinson Crusoe, era un naufrago entre ocho millones de personas hasta que un día vi pisadas en la arena y la encontré a usted.” Jack Lemmon a Shirley MacLaine en “El apartamento”.
Creemos que al mirarnos en un espejo plano nos vemos cómo somos, pero no es así. Los libros de ciencia nos hablan, para referirse a la imagen de un espejo, de la imagen especular, una imagen simétrica a la de la persona que se refleja en ella, donde la mano derecha que vemos es nuestra mano izquierda. Lo diestro y lo siniestro se confunden, al igual que lo cómico y lo trágico.
De igual modo hace Billy Wilder con su película “El apartamento”. En ese espejo roto se nos muestra a “la víctima y al aprovechado” y se pasa de un hombre corriente, insignificante en la multitud, a un “mensch”, o lo que es lo mismo, un ser humano.
“- La amo, señorita Kubelik.
- Cállate y juega.”
Pero el amor redime al hombre. El personaje de Lemmon es una mota de polvo servil que, a la vez que escala profesionalmente, desciende en su moral, pero ahí está la angelical MacLaine que se encarga de dar luz a la vida de Lemmon. Precisamente, el papel de Shirley MacLaine es el de una ascensorista, sube y baja entre las laboriosas abejas obreras, ensimismadas en su trabajo, y la abeja reina, depravada en su conducta, un magistral Fred Mac Murray muy alejado de sus composiciones para multitud de comedias familiares. Wilder y su colaborador en el guión I. A. L. Diamond no dan punzada sin hilo.
La dualidad de acción también se manifiesta en la dualidad de escenarios. La Nueva York que todo lo engulle se refleja en esa monumental oficina del piso 19 donde los empleados son un objeto más tras la máquina de escribir y teléfono en contraposición a ese reducido apartamento atiborrado de elementos para deleite de sus usuarios y remanso de soledad de su dueño.
Y todo ello transcurre en Navidad, donde, de nuevo, la alegría se confunde con la tristeza.
En palabras de Fernando Trueba: “El apartamento habla de seres anónimos, de gente corriente, pero sin ninguna ostentación sicológica. Habla de las dificultades de la vida, de la imposible felicidad, de cómo deseamos lo que nos hace daño, de la rapacidad del sistema, de seres a la intemperie en noches frías, de soledades compartidas, de la guerra de los poderosos contra los humildes, de la humillación cotidiana. Como la vida, hace reír y llorar.” Es el espejo roto que nos muestra la dualidad que somos y vivimos; y acabando con las palabras del reconocido admirador de Billy Wilder: “saca lo mejor de nosotros mismos, nos hace mejores. ¿Se le puede pedir algo más al arte?”
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