Conocí a José María de la mano de José Luis Zerón hace muchos años. Su introvertido carácter se ha compensado siempre con una ilusionante y reflexiva elocución a la hora de hablar sobre arte en público y entre amigos.
Es sobre todo esa faceta de humanista la que siempre me ha fascinado de la personalidad y de todo cuanto ha escrito José María a lo largo de su dilatada trayectoria como crítico, autor, fotógrafo y pintor. Humanista heterodoxo, ha cultivado toda clase de género y su labor como ensayista y fotógrafo artístico me siguen deslumbrando.
Su nuevo trabajo literario, Profano Demiurgo, editado por la Cátedra Fernando de Loaces, no sólo recoge su poesía más significativa, sino también toda una poética que define el lenguaje en sí mismo como otro mundo posible dentro de la realidad, más allá de lo observable y lo vivido. Su composición nos introduce en la literatura misma como reflexión de la experiencia, como síntoma de la plenitud que encarna el hecho de vivir por el lenguaje que Piñeiro investiga desde su intrincado juego de posibilidades expresivas y desde la profundidad sensitiva que acapara y embauca.
El prólogo de José Luis Zerón destaca la virtualidad simbólica de la escritura de José María y su apego a la escritura de los otros como forma de decir sobre el mundo, basando su experiencia poética en su arriesgada experiencia como descubridor de lo mejor de la vanguardia: “Pero es, en mi opinión, el surrealismo el que sustenta en mayor medida este libro. En él destaca la importancia del sueño. El sueño está presente en casi todos los poemas; como diría el escritor rumano Mircea Carterescu “no como una huida de la realidad, sino como una parte de la realidad misma, teorizada de forma inseparable con todo lo demás”. También es frecuente la visión del universo como un libro, como una vibrátil urdimbre de signos, muy en consonancia con surrealistas tardíos como Octavio Paz o Edmond Jabés”, escribe Zerón.
Los referentes que evoca su poesía corresponden a un mundo de soledad, al asilo de la reflexión artística, donde la carnalidad del mundo que contempla - con esa iluminación de anacoreta- es inseparable de su voluntad creativa. El lenguaje es su entorno y todo aquello que imagina. Hace poco intercambié unos correos con el autor a propósito de una entrevista y de la reseña de Profano Demiurgo. Los siguientes fragmentos de su testimonio sobre el acto de escribir definen lo que su poemario significa para el autor como muestra de su evolución como artista y como crítico.
Para mí la escritura es un placer revelador …
“Decía Barthes que la lectura es lo que nunca acaba. Por otro lado, en unos ensayos que acabo de leer recientemente de Juan Benet, este viene a decir que dar constancia de lo actual implicaría producir una escritura continua. Dos opiniones que convergen sobre dos actividades semejantes pero distintas. También es verdad que ninguno de los dos fue poeta. Y en la poesía la escritura tiene su prueba de fuego: qué se puede decir, de modo esencial e inteligible, entrañable y memorable a la vez.
Para mí la escritura es un placer revelador, una labor de desciframiento fluyente que describe estados del espíritu y mundos, a la vez que me procura con ello una conciencia de lo que me deviene, de lo que ha sucedido y de mi extrañeza y el lugar detallado que he tenido yo en tal experiencia. La escritura poética es en la que uno se implica más, en la que uno, literalmente, desnuda el alma. De ahí que broten las impotencias y el desasosiego. Pero creo que es, precisamente, en el terreno de la poesía donde tales impotencias, donde hasta el propio silencio, pueden hacer danzar sus constelaciones rotas”.
Las vanguardias son una herencia formidable …
“Las vanguardias han supuesto una explosión de posibilidades expresivas en todos los ámbitos lingüísticos: literarios, fílmicos, plásticos, musicales, etcétera. En este sentido son una herencia formidable y nosotros hemos asumido unas prácticas estéticas que tienen sus orígenes en ellas, muchas veces, sin saberlo. En su momento su carácter destructivo fue creativo.
Pero también es cierto que su mensaje, con el tiempo, se ha pervertido o empobrecido. La famosa sentencia de André Breton: La belleza será convulsiva o no será, se transformó, lamentablemente, en una profecía dramática. Echémosle un vistazo a todo el siglo XX, plagado de conflictos, crisis económicas, guerras mundiales y locura a granel. Pero, a pesar de ello, pienso que cuando un artista actual hace cosas que nos irritan, incluso nos repugnan, eso que hace guarda una razón profunda que atañe directamente al ser y al devenir de la sociedad actual”.
Disponer del caudal lingüístico que está a nuestro alcance es un lujo intelectual …
“Yo celebro íntimamente, hedonistamente, el gusto por el manejo de las palabras. Disponer del caudal lingüístico que está a nuestro alcance es un lujo intelectual. Y las palabras no son entes vacíos, sino vehículo de relaciones y de significados, portadoras de memoria. En este sentido son una herramienta para designar lo que escapa, lo que divisamos, lo que se transforma, la suma de nuestros sueños. Son, pues, un reflejo de esa multiplicidad fantásmática a veces, lujuriosa y fulgurante otras que es la realidad. En mi poemas, lo metaliterario no es sino la afirmación de ese instrumento que me permite ser lúcido y demostrarlo a través de unos productos llamados textos. Que el poeta hable con el lenguaje mismo no tiene porqué ser interpretado como una manía solipsista. Quizá el mundo se haya vuelto tan intratable que no le quede otro confidente más fiable sino aquel con el que intenta expresarse”.
Confieso ser un perezoso monumental …
“Confieso ser un perezoso monumental. Durante años he llenado libretas enteras con poemas, esbozos de poemas o proyectos de poemarios que se han quedado todos en un informe ensayo de nada. Disfrutaba con la elaboración teórica de los poemas más que con la conclusión de los mismos. Entonces yo me soñaba el Poeta del poeta.
Pero hay estados más definidos en el proceso creativo. Sientes en tu cabeza que un material adquiere autonomía y, por puro efecto de la ley de gravedad, apenas escribes la primera palabra, surge el resto. En casos así, el poema no materializado aún, requiere métrica, pues lo que percibes antes que palabras concretas, es ritmo. En otras ocasiones, el poema viene ocasionado por sensaciones e impresiones varias: un paseo, la visión de un cuadro, el recuerdo de algo. O sea, que a veces he escrito poemas casi de la nada, y en otras, han venido motivados por una sensibilización con el entorno”.
“Bueno, en parte, se debe a la génesis del libro mismo. Su estructura la ideé hacia 1988. Entonces llamé al poemario El último vigía. Tanto Profano Demiurgo como El último vigía son epígrafes que hacen alusión a una misma figura: el poeta. Pero los poemas que componían aquel primer ensayo, fueron, evidentemente, depurados, cuando no, sustituidos por otros nuevos. Creo que la simultaneidad de poemas en donde bullen las imágenes y otros más serenos o transparentes, obedece a esta convergencia de escrituras que he practicado y vivido a lo largo del tiempo. Esta luz divina que disfrutamos aquí, en el Mediterráneo, nos ofrece el don de lo apolíneo y lo harmónico, pero no nos impide ser barrocos. Échale un vistazo a un paso de Semana Santa, por ejemplo. Ambas cosas coinciden. Me sentiría satisfecho si en Profano Demiurgo he logrado algo parecido: cierta atemporalidad de la escritura que permita la convivencia sugerente de mundos dispares”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu Opinión es Importante, Deja Tu Comentario: