Fotografía | Fuente: Luis García Pérez |
I
La ardiente zarza se fundió con la niebla
cuando escribiste -el dolor no tiene raíces-.
Y las aves enmudecieron.
Y de la profundidad del pozo, de la hendidura,
emergió el verbo:
Lejos de sus huesos, han de enterrar cada cuerpo.
II
Las márgenes del cieno conservan su escoria.
No soy digno de que entres en mi casa
pero convocas pájaros migratorios.
Ascienden los tordos entre los vapores
que exhalan tarquines desde la víspera.
Una palabra tuya bastará para sanarme:
El barro nunca es la vida.
cuando escribiste -el dolor no tiene raíces-.
Y las aves enmudecieron.
Y de la profundidad del pozo, de la hendidura,
emergió el verbo:
Lejos de sus huesos, han de enterrar cada cuerpo.
II
Las márgenes del cieno conservan su escoria.
No soy digno de que entres en mi casa
pero convocas pájaros migratorios.
Ascienden los tordos entre los vapores
que exhalan tarquines desde la víspera.
Una palabra tuya bastará para sanarme:
El barro nunca es la vida.
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