miércoles, 4 de diciembre de 2013

“Tras, tras, cucutrás”, de Juan Clemente

Mi reseña en Historias para no dormir(se) sobre la difusión de la poesía infantil a cargo de la Editorial Kalandraka.

Reseña | Fuente: Muñoz Grau

    La difusión de la poesía infantil a cargo de la editorial Kalandraka ha sido relevante a lo largo de estos últimos años. De hecho, su compromiso con la formación de la sensibilidad literaria en edades tan tempranas ha sido reconocido recientemente con el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial en 2012.

    Tras, tras, cucutrás, de Juan Clemente, es un ejemplo significativo de poesía para niños por sus temas anecdóticos, por su animalario misceláneo y atractivo, por la percusión de sus rimas y ritmo. Pero el poemario merece toda la atención de lectores adultos, porque el contenido y las ilustraciones, como otro texto rico en matices poéticos, emergen de una fascinación contagiosa hacia un mundo lleno de ecos musicales, de perplejos juegos de palabras y dibujos trabados en el lenguaje del collage.

   La escritura de Juan Clemente se basa en una repetición enfebrecida de palabras con rotunda sonoridad, imitando canciones populares de juego y entretenimiento que nos resultan entrañables, pues recuperan la tradición oral del ritmo, incluida en nuestro acervo popular desde hace siglos: “Pinuno es un tuno/ pindós tiene tos, / pintrés al revés,/ pincuatro, pazguato, (…)nariz de madera,/ adentro y afuera,/ nariz de pimiento,/ afuera y adentro.” (pág. 16). Reminiscencias en los versos de una infancia que creíamos irrecuperable y perdida: “¡Pobre perro, perro pobre!/ ¿Dónde el rabo? ¿El rabo dónde?/ ¡Roque santo! ¡Santo Roque!” (pág. 20).

   Ese sentimiento de nostalgia, de viva añoranza de lo que fuimos, explora, para el lector infantil, ese ritmo vertiginoso que la palabra ejerce cuando el “Pirulín, pirulero”, “Mambrú”, “Lo pitiminí”, el “tararí que te ví” se incluyen dentro de un bestiario evocador, lúcido y noble, que nos transmite la fuerza indómita de la inocencia. En definitiva, la fábula como un espacio creativo: “La oveja y el lobo/ se van a casar,/ en un prado rosa/ a orillas del mar” (…) El lobo y la oveja/ besitos le da,/ y el rabo asoma/ debajo del frac”. (pág. 51).

  Las ilustraciones de Aitana Carrasco, trabajadas desde texturas porosas y apergaminadas, conservando la influencia surrealista de sus motivos, nos devuelven, en este caso, a la tradición del dibujo decimonónico que ilustraba prensa, cartelería y algunos álbumes infantiles. Esas ilustraciones nos permiten avanzar en la anécdota, en el microcosmos descrito en cada poema, con el fin de transformar su contenido en un nuevo texto donde nada queda cerrado a la ilusionante experiencia del lector.

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