Los versos de Marta Sanz comprenden el regreso a la infancia como un espacio de incertidumbre, en el que se generan todas las posibilidades del lenguaje. Ese regreso implica tomar conciencia de la intensidad emocional de un tiempo que se vivió y que retorna a nosotros como un crisol de experiencias significativas.
El lenguaje de la poesía transforma el flujo del pasado en una experiencia vivida de forma diferente. La sustancia de la poesía no es la sustancia del recuerdo, sino lo que queda oculto tras la pupila, tras las propias palabras que luchan por expresar lo inexpresable: “Se tuercen/ las rayas de la mano. / La memoria, / los aires felices,/ los gestos de la ternura, / la sal y la playa,/ no representan ya/ ningún consuelo” (pág. 75).
No cabe duda que, en el caso de Vintage, la poesía es una forma de aproximarse a la emoción primigenia de las cosas elementales. La forma no es la prioridad, sino lo que esconde la forma, que es la última vivencia que se aloja en el rescoldo de la palabra y que reproduce la autora en algunos fragmentos en prosa como es el caso de la muerte del padre o lo que atraen a nuestra memoria las fotos cuando se contemplan detenidamente.
Lo efímero, aunque parezca una contradicción, es la autenticidad de lo vivido, de todo aquello que nos sucede en nuestra cotidiana y común existencia y que regresa a nosotros de otra forma, cuando la poesía evoca aquello que nos cautivó por la dureza de sus magnitudes; de este modo, lo que parece ido, lo que ya está ausente, al recordarlo, se convierte en una presencia tangible, esperada y profunda. Su significancia es la diferencia, lo que apenas guarda algo aún con el pasado y, por esta razón, la poesía de Vintage traspasa lo predecible y crea otra realidad que confundimos con nuestra propia experiencia en algún tiempo remoto y oculto: “El niño pálido/ pasa el dedo/ por el polvo/ del secreter. / Escribe su nombre/y la reencarnación/de todas las mariposas. / Es para siempre” (pág. 10). Lo que indaga Marta Sanz es esa controversia que supone la propia existencia, llena de matices, de sinsentidos, de cuestionamientos acerca del futuro. Destaco en la poesía de Vintage esa heterodoxia de registros y de símbolos para denotar la crudeza de la soledad y el éxtasis del descubrimiento de nuestra decadencia. Porque el tiempo pasa y lo que el lenguaje de la poesía recupera no se puede re-vivir, salvo desde la lectura de esos destrozos abandonados que quedan después del naufragio: “La maleta/ con la ropa/ inadecuada :/ botas de lluvia,/ camisón./ Mucho tabaco./ Dónde guarda su dinero./Y los líquidos/ dentro de su bolsita/ de plástico transparente./ Y el trasiego de sustancias/ beneficiosas/ para la salud” (pág. 47).
Ser animal también es ser todo y alejarse, como si la realidad fuera en sí misma una realidad perdida, acabada, agotada en su propia vorágine y la autora necesitara mudar de piel para dejar constancia que ella ha transcurrido por la vida, que ella se ha vivificado en la pleamar de las percepciones donde la ilusión ha convertido la imagen en palabra, en un testimonio abocado a un regreso constante hacia la memoria del lector: “El camino perdido/ entre la hierba./ La senda oculta/ de la primera vez/ que un animal/ marcó su pisada” (pág. 88).
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