El pasado viernes 16 de noviembre se proyectó, en el Aula CAM de Orihuela, el cortometraje Dark Lane, dirigido por Juan Cicuta. Conocí al director hace unos meses cuando llegó a casa con Martín, el bajista de Comisión Warren (aún no recuerdo con qué intención vinieron), pero me entusiasmó su humildad, la aceptación de sus limitaciones técnicas y su afán por crear desde la imagen.
Dark Lane es un cortometraje con pretensiones de hacer cine, pero sin pretensiones de dejar huella, porque Juan Cicuta lo ha manifestado en público y me lo dijo, sentados en un viejo sofá, mientras Martín miraba a una pantalla: “Manuel, Dark Lane es el inicio, una aventura para hacer otras cosas más serias, un intento de buscar un lenguaje”.
Y, tras verla por segunda vez el pasado viernes, intuí, en la cinta, un talento, una necesidad de querer mostrar un lenguaje personal ,donde lo extremo del gore más cutre y del costumbrismo más zafio adquieren esa perplejidad que te impide decir que “no merece la pena tanto esfuerzo”, porque en Dark Lane hay talento, hay orfebrería, tosca, pero orfebrería, porque el director se implica vivamente con su proyecto, se moja, está al lado de los actores y de las actrices, coge la cámara y desenfunda desde un capó o tirado en el asfalto de madrugada, con su reparto, perdidos todos en un pinar.
Juan Andrés Gálvez Pujol es un director de cámara en mano y a cuestas, sin presupuesto, sin apoyo técnico, con un compromiso sincero hacia el cine en el que cree, un tipo de cine que no está exento de complejidad argumental y secuencial; ese cine, con apariencia de boutade y opereta, que, sin embargo, revela una historia entre el acierto y el disparate, dotando de suficiente personalidad a unos protagonistas que, en menos de treinta minutos, se exponen al vampirismo de los Cárpatos y al vampirismo de las mafias, de la prostitución y del narcotráfico.
La influencia de Acción Mutante, de los alucinados Jesús Franco y Tinto Brass, y de esas películas de Romero, donde el mundo zombi declara la guerra a los humanos, están presentes en las maneras del Cicuta (no tengo dudas). Y, si la película pecó de obscenidad en algún momento, fue porque los personajes y el mundo nocturno que viven lo exigen, porque la personalidad de Cicuta es inquieta, perversa y nada conformista. Su alucinación y su trance- a la hora de escribir y a la hora de rodar- no entienden de las convenciones que involuntariamente están presentes dentro de esa hermosa irracionalidad.
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