lunes, 9 de diciembre de 2013

La biografía de una actriz

'Cómo…hacer el amor igual que una estrella del porno'


Mi reseña en Mundiario sobre la biografía de Jenna Jameson. MR Ediciones.

Reseña | Fuente: Mundiario

La indiferencia del otro en la pornografía se ha trasladado ya a reality shows y a la prensa rosa de algunos canales privados. Jenna sigue siendo un mito, como imagen, no como un valor de esa imagen a lo Marilyn o a lo Madonna.

    Hace años compré la biografía de Jenna Jameson con Neil Strauss, Cómo ... hacer el amor igual que una estrella del porno, en MR Ediciones, y me sorprendió, en un primer momento, la descarnada confesión de una de las reinas del porno, cuya vida estaba traumatizada por el descontrol, el esclavismo de los productores y la anulación completa de un carácter. El fetichismo de la sexualidad acaba despersonalizando a cualquiera.

   Hace unos días revisé el libro que en 2005 batió récords de venta en Estados Unidos. Por primera vez, una actriz de la industria pornográfica confesaba las ruindades de un mundo corrosivo que no era otra cosa que la traslación de las frivolidades a las que nos tiene tan acostumbrada la posmodernidad, donde la corporeidad, en palabras de Foucault, también es una forma de represión y donde la fantasía del porno está construida a partir de la rendición a las adicciones, al dinero fácil y a las enfermedades. El morbo y la introspección de la publicación de estas memorias condujeron a muchos lectores a desmitificar la aparente profesionalidad del negocio del cine "para adultos" y a considerar a Jenna Jameson como una víctima, a la que, sin embargo, su emotiva confesión le estaba engordando su cuenta bancaria al igual que su extensa trayectoria filmográfica.

    Cuando uno avanza en la lectura, descubre que a la actriz le falta valor para revelar la estructura mafiosa de las producciones americanas de aquella época. No obstante, el infantilismo de algunas de sus opiniones pone de relieve la usura a la que son sometidas algunas muchachas que, recién salidas de su conflictiva adolescencia, quedan atrapadas en esta red de prostitución mediática, muy bien pagada en los noventa. “No me había percatado por entonces de que, para ser el resultado de una operación, mis pechos no habían quedado tan enormes, ni tampoco tan bonitos. Hasta muchos años más tarde no comprendí lo estúpida que había sido al hacérmelos. Las drogas tienden a atontar tu capacidad de juicio y, por más que puedas librarte de ellas por una o dos semanas, siguen circulando por tus venas. Los pechos falsos no iban con mi personalidad” (pág. 159).

    Algunos filmes como Deep Throath o Boogie Nights denunciaron hace unos años la corrupción interna del sector así como la ruina y la decadencia de actores y actrices, cercados por el malditismo de una industria millonaria y por las fatídicas adicciones.

   Las memorias de Jenna Jameson parecen disculpar en ocasiones a la propia industria, responsabilizando a amantes y a actores del declive de su integridad personal y moral: “Pero una noche en que Cliff y yo teníamos planes, él no apareció. Le telefoneé pero nadie atendió. Así que decidí pasar por su casa. Toqué el timbre y no hubo respuesta. Sin embargo, la puerta estaba sin llave así que pasé dentro. Subí las escaleras al dormitorio. Y allí estaba él, en la cama con otra chica … una chica a la que yo conocía” (pág. 257).

   Significa mucho en este tiempo volver a esta lectura cuando es más que reconocible la industria del sexo en televisión. La indiferencia del otro en la pornografía se ha trasladado ya a reality shows, a la publicidad y a la prensa rosa de algunos canales privados. Jenna sigue siendo un mito, como imagen, no como un valor de esa imagen a lo Marilyn o a lo Madonna. El talento en el sexo se valora poco en Occidente; su valor es efímero por ser puramente instintivo.

   Las apariciones de esta estrella del porno en cine siguen siendo atraídas por su exhibicionismo al igual que estas memorias que, más que una redención, no sirven más que para reforzar su imagen erótica y sensual, lastrada por el conformismo y por la vanidad: "Al separarnos, aquella tarde, comprendí que mi vida daba un giro fundamental: la insegura chiquilla que se había enamorado de él y lo seguía a todas partes estaba muerta. Y era él quien la había matado. Ahora tenía la confianza suficiente como para reconstruir mi vida por mí misma" (pág. 279).

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