jueves, 4 de diciembre de 2014

Una novela negra sobre la estatua de La Cibeles

Mi reseña en Mundiario sobre La navaja inglesa, de José de Cora.


Hace años que no daba con una novela tan elocuente por su intelectualismo y por el desarrollo de una trama detectivesca bajo el impulso narrativo de nuestros clásicos. La navaja inglesa, en Tropo Editores, es el resultado de una madurez evolutiva en un creador que se maneja con habilidad en varios tipos de discurso, desde el expositivo hasta el teatral. Varios asesinatos en el Madrid de Carlos III parecen estar relacionados con la llegada de La Cibeles a la ciudad. José de Cora, escritor y periodista, inspirándose en el valor simbólico y legendario del monumento, construye un relato emocionante que recupera modelos de narración de clásicos fundamentales como El Quijote o La Celestina.

El aroma moratitiano y una predilección por el discurso folletinesco otorgan a La navaja inglesa una relevancia insólita en nuestro mundo editorial. La novela de este colaborador de MUNDIARIO parece beber de arquetipos como los crímenes de Jack, el Destripador, y de ese clímax paranoico y supersticioso que genera cualquier trabajo de Conan Doyle, pero por medio de una prosa que fusiona con suma habilidad lo castizo con lo culterano. Destaca esta obra, además, por ese afán enciclopédico a la hora de explicar los motivos míticos que otorgan ese aura sagrada a la diosa Cibeles y por una delicada prosa para describir tanto las relaciones amorosas como los trabajos forenses que sobresalen dentro de una estructura episódica o multiepisódica, concibiendo la novela como una producción coral y operística.

Aunque, en algún momento, la obra de José de Cora puede resultar laberíntica. La intención es clara. El novelista busca en la forma de su narración el propio entramado de calles y plazuelas del Madrid imperial así como el propio proceso de desenmascaramiento de los crímenes. La escritura de Cora es abigarrada, heterodoxa y pulcra; cada línea está buscada con una finalidad poética. Las referencias a Valle-Inclán en algunas ambientaciones, como si fuesen acotaciones de un esperpento, aportan esa singular visión de una España que vive entre el fulgor del pasado y las desigualdades más abrumadoras.

El gongorismo de algunas sentencias se mezcla con la jerga popular, con una semántica riquísima que se apodera del lector proporcionado un ritmo de lectura que va más allá de la pericia y de la aventura, pues nos involucramos en el afecto hacia la prosa, hacia esas arquivoltas de hipérboles y metáforas que repercuten en una ironía significativa.

La construcción del mito de Cibeles, los lances de los enamoramientos cortesanos, las conductas instintivas del vulgo nos trasladan a esa estética quevedesca que busca la belleza de las palabras en el feísmo, en la descripción de los zafios modales y en la morbosidad de relaciones adúlteras. Un tributo a La Celestina, sin duda. Porque José de Cora, más allá de la intriga, crea una comedia humana, una tragicomedia donde los personajes, como los peleles del esperpento, maquinan y trajinan hasta su propia destrucción.

El erotismo de algunas secuencias contribuye a ese manejo de la ironía que pertenece a esa visión deformada de unos personajes que buscan el beneficio propio. Lejos queda cualquier ejemplificación heroica en el mundo de la corte de Carlos III y, en los bajos fondos, la estatua de Cibeles no deja de ser otraboutade de la nobleza. Actualidad no le falta al mensaje de la novela ni a las conductas de la aristocracia que rodea a la princesa, María Luisa de Parma. Como herencia de Fernando de Rojas, no solo basta indicar la estructura y la caracterización de algunos personajes, sino también esa incorporación al relato de los filtros amorosos, hechizos y brebajes, además de la fatalidad de algunos destinos y de esa recreación entusiasta de los encuentros apasionados.

Este breve análisis no es más que una invitación a la lectura de La navaja inglesa porque, a través de sus páginas, encontramos también la revisión de obras maestras de nuestra tradición literaria. Al autor cabe darle la enhorabuena por la excelencia de su trabajo.

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