Salgo de la ducha y las navajas siguen en el borde del lavabo. El amanecer es rojo y cada cosa que toco parece evanescente. Lo efímero siempre ha encontrado su vórtice de energía en mí. Escucho nuevas teorías sobre la caída de las Torres Gemelas. Tuve claro que el Mossad podría ser el ejecutor, pero la muerte es un negocio y todo debe ser demasiado sencillo para que los planetas continúen girando alrededor de la Nada.
Cierto es que vivimos en un mundo con más espejismos después de aquel día. Pero yo no dejo de ser un reflejo, una proyección de otro pensamiento que trabaja sobre mis formas y mis espacios. No me queda ropa planchada cuando salgo al dormitorio. Los entornos que rodean el hotel me parecen áridos, demasiado armónicos. Hace años que dejé el LSD porque la vida es tan escabrosa que llega a adiestrarte como un monstruo de circo. El edificio del aeropuerto es un insulto a la creatividad después de ver los planos.
Nada parece espontáneo y Lisa Ann sigue haciendo de las suyas delante del macho alfa. Luego ella se pondrá encima. Todo es previsible y lo inmediato, de lo que uno apenas es consciente, es lo que merece la pena vivirse. Lisa Ann abre la boca para respirar. La pantalla de este televisor parece la superficie de un charco de tan pura que es ese cristal fundido y laminado donde los neutrinos golpean incesantemente. El blanco es exultante y la piel cobriza de Lisa Ann destaca sobre los fondos.
Miro por la ventana. El cielo ha muerto y no quedan coches en ese aparcamiento donde se distribuyen las plazas según el poder adquisitivo de cada cliente. La compañía de anoche temía que la conversación fuera por derroteros metafísicos. Lo intuí en sus ojos antes de que me apuntara con el arma. Me fijé en sus extensiones. Era una chica preciosa. Tenía dos perros lanudos que alimentaba con carne picada y tofu. Hablaba el idioma de Goethe. Los tacones la elevaban como una figura totémica y poderosa.
Lisa Ann gime como una autómata. La niebla se disipa. Mi cuerpo está podrido. El arma aún es visible sobre la colcha. Antes de meterla en el congelador, le cortaré su pelo. Los perros morirán antes de pena que de hambre y no sé qué es peor. Voy a meter los dedos en mi boca hasta que el almuerzo sea un ser vivo en la fosa aséptica.
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