Puma Swede, actriz y modelo de Brazzers. |
Supongo que hay mucho dinero de por medio. Me fascinan esos episodios cómicos tan infantiles. El vestuario a veces se caracteriza por una elegancia sublime, pero todo es demasiado superficial y corrupto, como esas mansiones de telenovela donde los cuerpos copulan delante de las cámaras.
El porno va más allá del sexo. Lo que me intriga es la sensación de derrota de esas mujeres que se dejan hacer. Me pregunto, cuando miro a sus ojos vidriosos, en qué piensan esos cerebros, qué razones les ha llevado a ser objeto de un voyeurismo universal. No sé si lo disfrutan, no sé qué trauma de la infancia ha estigmatizado su crecimiento personal para desembocar en ese bestialismo que las obliga a poner sus mejillas de porcelana contra las losas. Lo que fascina del porno no es la cópula, sino el teatrillo, los complementos de látex, los tacones de aguja, los pensamientos inalcanzables que quedan en el fondo de los cráneos de esas actrices como Puma y que quizá explican esa sumisión ante el objetivo de una cámara.
La perversión no es el placer. La perversión es el daño y dejar que te hagan daño por dinero. Imagino a cada una de esas actrices dentro de cuarenta años, cuando la silicona ya no sea esplendente en sus cuerpos lisos y trabajados continuamente en el gym. Imagino que envejecen, no como la Bacall, sino como artistas de un trapecio que las consumirá lentamente en residencias con lagos artificiales. Pienso en los mismos versos de Dylan Thomas cuando veo a Puma Swede disfrazada de agente secreto antes de ponerse de rodillas: "Las remendadas mitades cercenadas huían de las brañas del jabalí, el limo sobre las ramas, chupando lo oscuro, besado en el cianuro y soltó trenzadas víboras desde sus cabellos". Admito que son una fuente de inspiración cada una de ellas, cada uno de ellos, desprendidos de un mundo violento y rutinario, cada vez que se postran sobre la cama y ellas gritan desconsoladamente. Porque hay literatura, mucha literatura, que nació de las cintas de vídeo.
Escucho a Wagner mientras leo a Coe: "A Catherine le llevó un buen rato preparar lo que parecía una comida bastante sencilla, y a las tres de la tarde seguían sentadas delante de las sobras, bajo el resplandor apagado y verdoso de la lámpara que tenía encima". Y Puma vuelve a las andadas, con sus tacones de acero castigando el encerado. Su cuerpo único cae rendido en el sofá. Alguien le ha puesto un plato con leche detrás de la mesa. Tiene que hacer de gata antes de que entren otros dos chavales con pasamontañas. Las palabras de Thomas Pynchon llegan a mí desde el váter. Es una voz tersa que podría cantar ópera perfectamente: "Solo se le ocurrió ponerse las gafas para protegerse de tanta luz y esperar a que alguien fuera a rescatarla. Pero nadie se dio por enterado".
No puedo rescatarte, Puma. A ti te gusta que te miren. Yo te miro. El daño ya está hecho. Rasgarás hasta las cortinas. Dentro de la ficción, el porno me parece grave y perjudicial como la propia literatura. Pero es adictivo.
Estás muy sola, pero te gusta el dinero y firmar autógrafos en los pechos de otras mujeres que te admiran. Yo te prefiero en ese sucio comportamiento. Más vale todo lo tuyo que esas pijas Cincuenta sombras de Grey que contaminan el aire y nos hacen más soñadores. Más imbéciles. Odio el romanticismo.
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