Amy Anderssen & Ariane Saint-Amour. |
No creo que esos anticuerpos pegados a nuestras sábanas, como algunos parásitos invencibles, merezcan nuestra atención, Amy. Tampoco lo merecen esos chicos de Walden Street que duermen dentro de los autobuses incendiados y cuentan las estrellas antes de que el siguiente agujero negro las despedaze.
Son esos pechos ingentes los que provocan la tormenta en Baltimore, Amy, Amy Anderssen. No sé si te lo había dicho anteriormente. A los chicos de Walden les gusta que te mires en los espejos hundidos y en las charcas rutilantes donde ellos beben cuando deja de llover sobre los umbrales de los edificios antiguos. Dios, qué ciudad es esta que nos has mandado custodiar. No dejes, Amy, por favor, que ese humo blanco penetre en mis pulmones para que el sexo entre nosotros sea más sublime que algunos versos de Auden. Algún día, como el capitalismo, moriré de éxito.
Los potros duermen cerca de las tiendas de golosinas donde los niños pijos son cebados por sus madres antes de perder la virginidad dentro de los terrarios donde reposan las arpías. Qué gran invento, la fusta, Amy. Qué gran invento esa silicona que portas como si una diosa griega te hubiese nombrado meganodriza. Los amantes de Poe dan vueltas sin cesar por la Plaza Saint James y, tras sus ojos de ceniza, se puede leer con claridad que no hay virtud ni ofrenda en lo que declaran sobre ti. Ignórales y busca la luz de los portales para que ellos se den por vencidos y regresen a sus casas a recitar como autómatas "Nevermore". Porque tú no eres la Doctora Fellatio, sino Amy Anderssen, con la que me despierto cada mañana, con la que desayuno pienso para aves exóticas mientras tú tomas soma y galletas Cuétara, con la que me abrazo si arden los carros celestes cerca del centro y los peces plateados flotan ante nuestros ojos como si nunca hubiésemos salido de los abisales.
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