El grito es la adaptación americana de 2004 de una producción japonesa Ju-on: The Grudge (La maldición). Anoché revise El grito y sus secuelas de 2006 y 2009. El trabajo de Takeshi Shimizu destaca por la creación de unas atmósferas lúgubres e inquietantes para dotar de verosimilitud a las apariciones.
Sin embargo, coincido con muchos blogueros en que la biografía de los personajes en las tres películas es poco interesante y a veces son meros sparring de dichos espíritus. La recurrencia a los objetos y a reducidos espacios de la casa para que los espectros aparezcan es ingeniosa y, en el caso de El grito 2, es resultado de curiosos recursos narrativos como la creación en la cotidianeidad, a plena luz del día, de indeseables experiencias asociadas a la maldición que persigue a los protagonistas. El argumento no es nuevo y la estética cinematográfica recuerda a la película El resplandor, de Kubrick, o al relato de La caída de la casa de Usher, de Poe.
Quizá la recuperación de esos referentes sea una virtud del trabajo filmográfico de Shimizu, aunque parezca lo contrario, como esa forma de narrar diversas historias independientes que convergen al final en El grito 2 o ese juego de espacios que alimenta el miedo claustrofófico en el espectador (El grito 3). La propia caracterización de los espectros, que no dista demasiado de las brujas y de los espíritus en algunas películas de Kurosawa, se convierte en una singladura, en una marca, que le da más relevancia al espíritu condenado que a la vida de los personajes que luchan por buscar una respuesta al misterio. Resultan monótonos los continuos flash-backs sobre el asesinato que da origen a las muertes porque el trabajo de Shimizu tiende a pecar en algunos momentos de demasiadas paráfrasis para explicar al posible público adolescente las causas y las consecuencias de la maldición.
Quizá es difícil innovar en un género que ha dado demasiadas cintas, pero la literatura gótica y romántica nos demuestra lo contrario. El alcance del suspense y del terror psicológico en algunas novelas del siglo XIX y la tradición de Poe, Cortázar o Ballard siguen sobrecogiéndonos. Parece que El grito alarga demasiado una historia ancestral que tiene sus limitaciones y, por muy originales y sorprendentes que sean las muertes de los malditos, la estructura narrativa es siempre predecible: maldición, aparición y asesinato. Nada nuevo bajo el sol.
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