Obama y su discurso del Estado de la Unión. / Dibujo de Riber Hansson |
En un documental de Werner Herzog aprendí que algunos subastadores manejaban a tal velocidad el lenguaje que era prodiogoso comprobar cuán inútil era la comunicación en esos momentos porque interesaba más el efecto hipnótico del sonido que el propio contenido. Herzog se asombraba de la estupidez humana, pues el lenguaje es una capacidad para construir mundos y los vendedores lo empleaban como mero reclamo y con la intención de batir su propio récord de velocidad al hablar.
Llevo escuchando muchas intervenciones de Artur Mas estos últimos meses y experimento la misma sensación sobrecogedora que Herzog. Su discurso, como definía Castilla del Pino en su magnífico ensayo de La incomunicación, se caracteriza por la anomia (no hay ley), por el planteamiento de un asunto que no corresponde a los problemas reales de la sociedad. Su discurso es homogéneo y análogo al de tantos vendedores de crecepelo que campan a sus anchas en los medios representando a los ciudadanos. En ese lenguaje destaca la exacerbación, la hipérbole y la ambigüedad semántica, de la que fue un artífice Zapatero. En el caso de Artur Mas, es un lenguaje que tiene proxémica, acento, pero no dice nada, infla el precio de los objetos a subastar y nos deleita con su pulcra apariencia a Kennedy. Su discurso es afectado,pero carente de referencias semánticas concretas.
Ahí está el engaño. Las cosas existen cuando hay palabras para nombrarlas. Y su discurso, como el de Pedro Sánchez o el de Rajoy, repite los mismos sustantivos y los mismos adjetivos. No hay palabras nuevas en el discurso de la izquierda ni en el de la derecha para que existan otras cosas, otros mundos. La izquierda y la derecha acordaron destruir cualquier concepto con un carácter reivindicativo o neomarxista. Así que los colegios pasaron a ser centros docentes, la sociedad se convirtió en ciudadanía, la patronal y los sindicatos enagentes sociales, y las elecciones en la fiesta de la democracia. La inflación de eufemismos para no enfrentarse a los problemas reales parece no desgastar a los gobiernos. El lenguaje es una trampa y su manipulación triunfa cuando los ciudadanos se vuelven invisibles, asépticos, neutrales, homogéneos y difusos como el lenguaje que intencionadamente emplean sus políticos. Mucho cuidado, que vienen curvas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu Opinión es Importante, Deja Tu Comentario: