Quedan desterrados de su poética los versos libres que abundan en espléndidas demostraciones de barroquismo. La poesía de Miquel Catalá es una poesía de silencio en la que confluye lo mínimo con lo inquebrantable y universal como así demuestra en su poemario editado por Germanía, Poemes de la nina mandarina. Su talento subyace en la omisión del verbo, en su habilidad sintética para recrear microcosmos donde la albura y el vacío están predeterminados a significar más que lo escrito. Porque la manifestación de su lírica reside en una sugerencia medida, en un breve estímulo que condensa toda una vivencia, su biografía, su predestinación incluso: "he somiat cercles/ de tendresa infinita/ tots els mons petits/ m´han vingut a visitar/ la mar en calma/ em parla a l´oïda/ la dona estelada/ navega la galàxia/ sóc vent fresc/ d´un dia blau" (pág. 27).
Lo que recuerda Català es que el referente es más poderoso que el símbolo, que nombrar es la labor chamánica del poeta y que de nada sirven los vericuetos de la metáfora y otros recursos cuando lo esencial, lo preciso y la brevedad quedan al margen, pues, en esa nimiedad, se revela la totalidad, la emergente capacidad para soñar todo lo que persiste en palabras rudimentarias, escogidas con laboriosa pulcritud con el fin de explorar nuestra existencia: "anit cantaven els grills/potser reien/ o ploraven/ la brisa marina guaitava l´entrecruix ardit/ el sol ja s´albira/ des del caramull/ de l´illa dels amants" (pág. 37).
No hay una renuncia manifiesta a las influencias modernistas ni a lo neorromántico en estos nuevos poemas, pues Miquel Catalá asume que la idealización de los espacios añorados y otros que forman parte de su imaginario son el asilo intermitente en el que la palabra poética engendra sus posibilidades comunicativas, sus ambigüedades emocionantes, esas asociaciones insólitas que nos reconcilian con una infancia seguramente no vivida, pero que hemos creído vivirla y a la que pertenecemos a través de ese lenguaje inspirado en la brevedad, en el mero retazo: "demà veuré la nina/ demà veuré na ullets/ és com una mandarina/ me la menge a ganollets" (pág. 45). Explica Josep Manuel Esteve en el prólogo de esta edición que este nuevo poemario describe una estructura circular que presenta la voz poética de Català dentro de una experiencia psicodélica sensitiva, como si el símbolo de la mandarina fuese esa alteridad donde la belleza y su cálido entorno nos devolviesen la esperanza.
Su tono nostálgico recupera esa realidad inmersa en la naturaleza que se muestra pura, inherente a un sueño dichoso, como si Hölderlin fuese el intermediario entre sus propios versos y los de este autor que contempla el regreso (nostalgós en griego) como un feliz viaje hacia la niñez: "pluja insistent/ gotes de mar/ llepades de gat/ cel d´atzabeja/ horitzó circular" (pág. 31).
Enhorabuena, Miquel, por este nuevo libro.
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