Fotograma de la película Todas las cheerleaders deben morir. |
Las veo narcotizarse con música de Bisbal y chutarse en vena el agua con gas y la Coca Cola Light. No comen apenas y lo poco que comen lo vomitan como cuadrúpedos delante de la charca. Pasean sus modelitos entre las mesas como magníficas vírgenes que morirán en la hoguera. Luego, con sus complementos de Tous y sus lucecitas, desfilan por los pasillos de la universidad, exhibiendo sus taconazos de cristal. Estas cenicientas del Zara jamás tuvieron infancia porque el pijismo las devoró por dentro como hizo en mí el propio dadaísmo. Nunca sufrieron acné y coquetearon siempre con esos maniquíes de último curso, musculados, pero de testículo reducido por su adicción a las hambuguesas trufadas a transgénicos.
Patética vida y felices cuerpos con los que fantaseo cuando las observo en el campus, riendo con sus carillas, comiendo barritas energéticas y luciendo relleno allí donde toca. Aprendices de Megan Fox, trajeron la primavera antes de tiempo a mi vida, una falsa primavera como la del poeta enclenque y tuberculoso. Yo las quiero así, felicísimas, superficiales, moldeando su cuerpo con el fitness y sus terapias de agua marina. En otra vida, quiero ser una de esas cheerleaders que buscan en la mochila las pastillas adelgazantes y el libro de Coelho. Quiero tener millones de seguidores en Facebook por mi cara bonita y pensar tristemente que la vejez es lo peor que puede me puede pasar. Para entonces, quizá L´Oreal y Biotherm hayan inventado otras cremas momificadoras, mucho más efectivas, y si no es así, siempre queda hundirse en la bañera mientras la sangre fluye despacio y los vencejos desafían las alturas, ¿verdad, cheerleader de mis amores?. Yo me hundiré en la bañera con vosotras, Jessicas y Jennys, que me robastéis el corazón y me distéis tanto placer a solas. ¡Shake it! ¡Shake it! Otro mundo no es posible sin vosotras.
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