Deja que los destrozos nos arrastren. No supliques al dios verde ni decidas sobre el destino de los pájaros, ahora que se han extinguido con la nube gris. Cúlpate de lo que hiciste en la otra vida, de los tatuajes que llevas sobre tu espalda dictando que eres el ser más indefenso. Pero tú fuiste la que encendió el mechero para que el bosque ardiera. Porque te gustaba aplaudir al calor de aquellas hogueras donde los jóvenes barbilampiños jamás quisieron besarte.
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