Hoy que almorzamos frente a los columpios, has querido que el silencio fuera lo propio. Cada vez que callas, presiento que alguna vez quienes nos dejaron van a regresar a este mismo rincón donde siguen aparcados los juguetes de metal. No es el silencio en sí, sino esa necesidad que fluye de tus ojos por reconciliarte con el mundo que ya no es soportable para ti. Lo siento. Hemos de almorzar aún hasta que, desde el coche, nos llamen, ateridos, nuestros nuevos invitados.
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