Hay miedo en la mesa. Los cazadores han dejado las cartas y la noche comienza a irritarlos. Los pulpos ya se han descongelado y una sombra de incertidumbre devora la luz de acetileno. No somos nada, querida mujer, mansa de las aguas y las enredaderas. Deja que tu piel cubra mi rostro recién cicatrizado, que la ceniza caiga sobre nuestros vientres para ser germen de una narración inédita.
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