Noche tras noche escribiendo a máquina mientras los vecinos no dejaban de ascender por las escaleras infinitas. Las terrazas se habían hundido sobre los comedores donde los hijos de los obreros comían restos de lubina. Nunca he pasado horas delante de un canal televisivo que me mostrara las cualidades beneficiosas de la carne de ornitorrinco. Lo peor de mi vida es esa señora que se retira a sus aposentos y no puede escapar de mi imaginación. Los vecinos siguen ascendiendo y la lotería por ahora no me ha tocado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu Opinión es Importante, Deja Tu Comentario: