Los hijos no perdonan y mi perro tampoco; ese perro que emergió de la hojarasca como un tsunami en miniatura y me elevó hasta los cirros más hambrientos. No he bebido alpiste, no he comido sake. Es la zozozbra, el miedo que se aloja en el esternón y se refleja en las corrientes internas. Nace el mar caliente y las aguas heladas dentro de ese útero de ballena sobre el que un escritor con apellido Miller quiso dedicarte.
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