Lo que aquella mujer pantera te ofreció era el cáliz y tú preferiste el ópalo y la residencia de los amigos donde jugábais a cortaros los dedos. Era el mundo soberbio entonces y las gaviotas se precipitaban al vacío indeseable de las mesas de billar. Yo era el animal callado detrás de esa mujer que se quitaba el vestido de una sola pieza y comenzaba a rezarme porque yo era el ídolo y la serpiente.
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