No entiendo que vuestro padre os agitara el cráneo para saber si eran ciertas sus premoniciones. Las premoniciones en las que agonizaban los siluros de barro y los niños de ceniza. Tenía que decírtelo y amortiguar el golpe cuando, de tu saliva y de tus entrañas, naciera la palabra que cambia el rumbo de los juncos y los incendios. Tengo que leer a Miller junto a ti mientras me inoculas el sueño de la mosca y me abandono a la muerte.
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