Los lápices arden en los armarios y las sábanas limpias son acariciadas por la mano odalisca de Lumán. Éramos pocos y el leopardo dio a luz a ese espíritu salvaje que se hundía en la tierra enfangada. Luchamos por unos ideales y Lumán, que estuvo atenta, apenas me dirigió la palabra. Cayó en la cuenta de su error y llenó la bañera de leche y allí durmió con los escarabajos bajo la lengua. Los lápices arden en los armarios y Lumán escribe aún con su lengua invernal.
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