No tengas miedo a escucharte y a conocer que tu belleza de medusa ha destruido mi amor vikingo y mi caballo-gacela que, con tanto desasosiego, modelé para ti. La pesca ha ido bien y el ritmo del sol acádico ha turbado la siesta del fauno de cieno. No quiero que me ofrezcas ese café rancio, sino la saliva del arpa que con tanto esmero dejaste huir de tus tres bocas. Abrazos, madame del fuego.
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