Cuando la noche concluya y me hayas devorado con tus mandíbulas de jaguar en celo, no olvides que alguna vez te quise como se quieren los humanos. Los pandilleros me recogieron de la charca y me vendieron a ese burdel de la Santa María. Me dejaron crecer las uñas y el pelo, me construyeron un tótem y perdí la virginidad con una muchacha que soñé hace años bajo la sombra del tamarindo. Era la muchacha que despreciaba las películas de Lynch y que susurraba a los caballos en sus ratos libres, cuando, entre nosotros, no existía ni la corrupción ni el riesgo a padecer colesterol.
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