La lengua no pertenece a esas bestias que se acumulan al final del pasillo. Ni a esos hombres que se arrodillan ante el altar con su escratch en la nuca. Los fariseos beben de los charcos y se alejan de las señales de fuego. Eres la mujer que ha sido hundida en el odre de vino. Eres el pájaro que emigra hacia la luz y tu sombra, que se posa en la broza quemada, no se mueve, pero palpita, y yo me contagio de esos seres que, por perezosos, son arrollados en la carretera.
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