Las olas que mueren en la orilla reflejan la necesidad del escritor por trazar un signo que se fije con la misma espontaneidad ese movimiento incesante. Donde las aguas terminan, queda todavía por recorrer un trecho de arena bajo el cielo. No es concebible que el que escribe haya de conformarse con los meros signos para expresar esos sobrecogedores lugares donde las materias fluyen sin un origen aparente. La palabra no es meritoria, porque nada que obre el ser humano saciará mi deseo de ser esa luz blanca, invencible, que roza el glacial y los fondos.
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