Ramón Bascuñana regresa con este nuevo poemario, Premio Ernestina de Champourcín 2015, a una reflexión sobre el dolor de la nostalgia como una forma inútil de escapar del destino. En este libro encontramos a un escritor consternado, defraudado con el mundo que lo rodea, dolido con la incapacidad para cambiar el futuro o los acontecimientos del pasado.
El título ya nos introduce en esa visión efímera de la vida, como si también en la propia escritura se escapara lo tangible, lo vivido. Escribir es un acto de consumación, pero que queda en nada, pues el signo es una resonancia ínfima de lo experimentado: "(...) cuando la vida se olvida de la vida se transforma en olvido" (pág. 19). La escritura surge como una necesidad, el fuego, pero que queda en lo elemental, en un resquicio, en una elemental esencia que no puede agotar las posibilidades semánticas cifradas en el pensamiento. La escritura como humo.
Esa analogía se traslada a la propia vida. Los recuerdos, los ausentes, los viajes, las lecturas, los amigos que se van para no coincidir más en nuestras rutinas... todas estas experiencias quedan en un poso de cenizas, en esa soledad sonora, incapaz de recuperar cada una de esas vivencias tal y como se vivieron: "Para qué aceptar mansamente la derrota; para qué resignarnos al cruel sacrificio de los años, si al final, la muerte, como de costumbre, será la recompensa a tanto vano esfuerzo, a tanto sacrificio." (pág. 29).
La virtud de Ramón es que no es un poeta que caiga en el exceso, en una clase de euforia retórica para armar ese tono elegíaco, sino que conmueve desde la sobriedad, desde un tono machadiano, posromántico, embriagado de una tensa serenidad que va calando lentamente hasta ese verso final que consuma todo lo anterior: " ¿Esto era todo?". A diferencia de otros libros, El humo de los versos fusiona perfectamente los motivos temáticos de las obras de Ramón: la caducidad de la vida, la necesidad del enmascaramiento para sobrevivir en la confusión, la inefabilidad de la poesía.
Un aura otoñal, de frustración personal hacia la escritura como transformación de la realidad se combina con una belleza formal estudiada, que responde, sin embargo, a una clase de natural pose hacia ese mundo exento de idealismo, deriva de una experiencia acumulada por parte del autor: "El poema no justifica el tiempo que tarda en escribirse. Hay quien tarda dos vidas en escribir un verso que merezca la pena y pueda dar sentido a lo que no lo tiene y quien gasta dos versos en escribir su vida." (pág. 25).
En ese aire familiar de frustración y de vencimiento, los versos de Ramón demuestran voluntariamente que la escritura, su humo, son una forma de involucrarnos en una belleza insólita, ajena aparentemente al mundo, pero que la propia literatura sublima para resistir en la rutina: "Arder en el poema sin consumirnos nunca mientras el humo ciega los ojos moribundos de la vida meticulosamente apilada en la pira poema tras poema." (pág. 52).
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