Leo los cuentos completos de Fogwill, publicados por Alfaguara, y siento la satisfacción de haber hecho una de las mejores lecturas de este verano. Descubro en el autor argentino esa naturalidad aparente que el oficio literario nos muestra cuando el genio ha asimilado perfectamente la versatilidad del lenguaje y las posibilidades del género.
En los cuentos de Fogwill todo es espontáneo, abigarrado, zafio en ocasiones, pero su dominio del lenguaje superan ese magnífico caos de acciones y diálogos en los que nos sumergimos.
Hay dos preocupaciones básicas en Fogwill: la hipocresía y la literatura. Fogwill desciende a los suburbios, coquetea con los vicios de la clase media, escribe sobre tribus urbanas con el fin de detectar esa falta de autenticidad, su necesidad enfermiza de prescindir de su identidad cultural para aparentar aquello que no son por intereses políticos, económicos o sentimentales. En la mayoría de los cuentos, el autor usa el recurso del manuscrito hallado y los motivos temáticos de Poe, Quiroga o Cortázar se mezclan con la propia evolución de sus historias de un realismo sobrecogedor.
Fogwill es un retratista, compone pequeñas novelas a partir de esos microcosmos donde los personajes se presentan como extraídos de una gran comedia, de unas experiencias personales que un observador minucioso convierte en esperpento. Se aloja en su cuentística una manera de hilvanar espacio, tiempo y acción en una sola secuencia; parece que nada está planificado, surge con el ritmo vital de lo que se percibe.
Todo es distinguible e indistinguible. Personajes variopintos, muchos perdedores, marinos, amantes, estudiantes, tribus punk, espíritus salvajes que descubren la gravedad del mundo, su lado oscuro, su sexo, el carnaval de los moribundos que sobreviven en la ciudad ensoñada. No se pierdan, por favor,Muchacha punk o La chica de tul de la mesa de enfrente.
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