Magna Carta: Holy Grial supuso elevar el rap hacia cotas mucho más ambiciosas, como siempre se había propuesto Jay-Z; fundar un nuevo horizonte que sacara su mensaje del costumbrismo, de la reiteración y de ese tribalismo urbano donde no se diferenciaba bien qué era protesta y qué era pose.
Colaboraciones como la de Timberlake, Nas o la propia Beyoncé reforzaron esa tesis fundamental de la música de este disco: lograr que el rap se despojase de las ataduras de los propios prejuicios que estaban sobrealimentando el género. Machista, indomable, ilegal, machacón. Jay-Z no renuncia a algunos de esos rasgos, pero los fusiona en un mar de sonidos en los que el blues, el jazz o el pop parecen corregir esos excesos del rapero.
Lo mejor del disco, el telón de de fondo, melodías llenas de matices sinfónicos, atonalidad, tradición jazzística. Lo mejor del disco, esas voces que se unen a las de Jay-Z para completar ese espacio de incontinencia expresiva donde el arte como motivo temático aparece con frecuencia para convertir cada canción en una escultura única y diferente.
La suerte de Magna Carta es que el trabajo no es monocromático y tiene ese carácter renovador, de búsqueda de sonidos, efectos, dobles sentidos y música electrónica para ir más allá de los veneros de Tupac.
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