Tiene razón el escritor Manuel Vilas al sostener que, en España, el abrazo de Hillary y Obama sería imposible, porque, en España, no hay glamour y hay mucho clasismo todavía, así que los padres pijos no dejan que sus hijas abracen a chicos de otras etnias. Hillary es mujer y blanca. Obama es negro y hombre. No hay mayor logro social. Hay colegios de paga en USA que apoyan esta idea de la igualdad, porque la igualdad a veces es un buen negocio: mezclarse con los hispanos, por ejemplo, ayuda a que los Trump aprendan español y el español ayuda a vender frigoríficos y softwares más allá de Texas.
En esa foto durante la Convención Demócrata, se les ve extasiados, ausentes del mundanal ruido de las campañas, a punto del engolfamiento, un goce interno y místico que te aproxima tanto a Dios que te deja sin palabras. Esta foto es una estampa sagrada que todos deberíamos tener sobre nuestra mesita de noche, una piedad posmoderna, sin sangre, sin sufrimiento, sin estragos en los rostros, pues está claro que Hillary es la madre, la intercesora, la ascensión, y Obama, el hijo, el pródigo, el crucificado, el Dios y el Espíritu.
Los dos creen en algo verdaderamente. Se nota en esos ojos cerrados, apagándose lentamente, ajenos a su mismidad, devotos del pueblo. Hay mucho cine detrás de esta foto: Burt Lancaster y Deborah Kerr en "De aquí a la eternidad" o Gregory Peck y Jennifer Jones en "Duelo al sol". En España, no hay cine como el americano, ni valores como los americanos, y eso se ve en la política, insulsa, muy insulsa. Y en esos políticos que no se abrazan. Temen la grandeza de la imagen, ya que un rostro es el espejo del alma.
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