Me he acostumbrado a escribir desde hace años con mucho ruido alrededor. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas para Mundiario, mis hijos están jugando a Minecraft, un videojuego sandbox de infinitas posibilidades donde los participantes construyen sus propios edificios, exploran continuas distopías y conviven con traviesos aldeanos.
He leído mucho sobre el éxito de Minecraft y hay toda clase de justificaciones para determinar la masiva aceptación de este juego por parte de niños y adolescentes; algunas de las razones que se formulan son auténticas hipérboles freudianas. La capacidad de improvisación, la intemporalidad y la continua creatividad que exige de quien entra en esos mundos de piezas y terrenos insondables son algunas de las estimulantes incitaciones a jugar con asiduidad sin llegar al diván del psiquiatra.
Quisiera destacar personalmente la fantástica banda sonora que el juego presenta; se trata de una música amable, hipnótica, sin llegar a la sedación. Compuesta por Daniel Rosenfeld y Caution&Crisis, la banda sonora de Minecrat participa de esa corriente New Age donde la recreación de una atmósfera hiperestimulante contribuye al propio ritmo interactivo de construcción y exploración, pues sus melodías aportan un carácter de infinitud al horizonte por conquistar y de ausencia de tiempo real.
Como si se tratase de una lenta neblina o de una progresiva dilatación de luz y albura, la música de Minecraft cala a través de esa profunda reflexión que desprenden trabajos de músicos de cine como Cliff Martínez o Trenz Reznor; una banda sonora inspirada en el ensimismamiento de un lugar indefinido, pero inédito, parecido en algún momento a nuestra realidad más idealizada, cuya armonía a veces interrumpe el acecho de lobos y zombis. Esa música nos sumerge en la necesidad de seguir construyendo nuestra propia ciudad, una biografía personal en la vida de Origen, atrapado en la fábula de Christopher Nolan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu Opinión es Importante, Deja Tu Comentario: