El cancerbero esperó fuera. Tenía hambre y Jenna Jameson, con una peluca de irisados tonos a melaza, entró al Carrefour, porque un ama también debe saber cuándo hay que aflojar. Buscaba el soma para su esclavo, unas latas de carne almibarada con guisantes, que solamente las gatas embarazadas podían digerir amables frente al jardín de espejos de cualquier casa en Boobs Village.
La araña aguardaba en el pasillo a otra triste mujer de este siglo, capaz de morir en un quirófano por mantenerse viva en su mismidad artificial. Jenna se adelantó al artrópodo y, zafándose del disparo venenoso que la araña propulsó con su vejiga, se quitó la peluca. Apostada en el suelo, aspirando el aire frío de los congeladores, apareció la violenta diosa de cabello rubio que hacía hervir el esperma de todo Arkansas cada sábado por la noche, cuando las gatas embarazadas se retiran a sus divanes de terciopelo azul.
Las lunas de hiel colgaban de los acampanados techos del Carrefour y la araña radioactiva sintió el flechazo de una ballesta en la médula, y el animal velludo agonizó en el suelo, frente a los felinos ojos, rabiosamente crédulos, de la Jameson. Y el mundo respiró, y el Cancerbero obtuvo su premio, la suculenta comida de las gatas consentidas, la suculenta comida que devoraría en el interior del coche mamut dejando que Jenna lo acariciara despacio, suave, para que el esperma de su esclavo siguiera vivo en ese instante que dura toda eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu Opinión es Importante, Deja Tu Comentario: