domingo, 28 de agosto de 2016

La película Boyhood es bella una reflexión sobre la vida, aunque censura el mal

 Ver Boyhood apetece siempre, porque es bonita. Para bien y para mal. El trabajo de Richad Linklater no es tampoco una originalidad. Truffaut ya lo hizo con su actor fetiche, Jean Pierre Léaud, que apareció en Los cuatrocientos golpes y lo vimos crecer en otras cintas del director francés.

 Se agradece, sin embargo, este proyecto de doce años de rodaje donde seguimos la evolución de Mason y toda su familia. El problema de Boyhood es que convierte ese atrayente estímulo del crecimiento y envejecimiento real de los personajes en numerosas estampas en las que no pasa nada o en las que el espectador debe extraer importantes lecciones morales. Es uno de los defectos de muchos creadores que utilizan el costumbrismo: pensar que las cosas con solo mostrarlas construyen el relato. 
Eso sí. Algunas de las secuencias son preciosas formalmente, pero engañan a aquel público que quiere enfrentarse con la vida cara a cara en el cine. Truffaut, Herzog o Gus Van Sant no defraudan en ese sentido.
Salvo algún divorcio traumático que experimentan los niños de Boyhood, la vida de todos estos personajes transcurre por derroteros previsibles, con altibajos previsibles, con su rebeldía previsible y con su final feliz previsible. Nada que ver con la vida, sino con un guion de cine.
 Boyhood censura una de las cualidades más significativas de la existencia, el mal. La enfermedad, la violencia, la muerte de los amigos y los familiares no aparecen por ningún lado. De este modo Boyhood se convierte en un cuento idílico, más que en una percepción emocionante y certera de la vida. No hay jóvenes estudiantes que mueren en accidentes de tráfico, no hay violencia, salvo la de un marido de pega que se emborracha y que la madre soluciona rápidamente. No hay suspensos, los hijos no hacen pellas, no hay palizas al salir del instituto, no hay discusiones subidas de tono en mitad de la noche, no hay insultos.No hay cáncer, no hay mal de Alzheimer, no hay estragos económicos. Todos se superan.
 Es cierto que la gente corriente también tiene derecho a una existencia estable y optimista, pero a mí esa visión de la vida tan aleccionadora y con tan pocos problemas me pilla muy lejos. Si Boyhood se queda en cine, fantástica. Si pretende mostrar la vida tal y como es, defrauda.

Boyhood, de  Richard Linklater / Forbes

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