lunes, 29 de agosto de 2016

Bill Murray, Scarlett Johansson y un desenlace como Lost in Translation

  Para muchos es una de las películas más estúpidas del cine, con un desenlace aún más estúpido. He escrito muchas veces sobre esta cinta de Sofia Coppola. Ayer una amiga de Facebook me habló esa secuencia final en que un actor venido a menos, interpretado por Bill Murray, abraza emocionado a la esposa de un joven periodista, Scarlett Johansson, en una de las calles zombificadas de Tokio, donde nadie conoce a nadie. Se despiden tras pasar unas horas juntos, extraviados en la urbe, en su dinámica superficie de luces y resonancias.
  Dejas de respirar con ese abrazo y con su posterior despedida, unos rostros que se difuminan en la avalancha de figuras y apariencias homogéneas. Dejas de respirar, porque, perdidos en la traducción de estímulos que la ciudad arroja sobre los cuerpos, se han enamorado en apenas unas horas; dos generaciones, dos edades, dos formas diferentes de admirar la belleza: la resignación y la ingenuidad.
  Sin embargo, cada uno descubre en el otro que el estrago y la dicha de la vida que les queda se deberá a ese encuentro casual en Tokio, ajenos a un idioma, inmersos en un espacio hostil que los mira con recelo y también con un paternalismo enfermo.
  Nuestra existencia, la existencia de estos personajes, se ve consumada en un breve instante, ceñidos con ellos a esa luz azul y mortecina de un espacio apenas descifrable. Doblegados, deben seguir la corriente, fluir con la marea para no alterar el orden de las cosas, para no perjudicar a aquellos con los que han de ser felices. Pero es triste y bello que el amor perdure en un desencuentro, en la cesación de sus visiones, en el retiro, mientras la ciudad, junto al espectador, intenta traducir lo que allí se ha revelado bajo la consigna del silencio.

Scarlett Johansson y Bill Murray/ porticomx.com

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