Acabo de escribir un texto para Mundiario sobre las sinfonías de Hans Werner Henze. Inspiradoras, llenas de intriga y tonos amenazantes, su música describe, al igual que Ligeti o el propio Mahler, la realidad caótica de este mundo globalizado donde las sociedades modernas siguen buscando respuestas espirituales a esa continua sensación de orfandad e incomprensión que las embarga.
Manifestaba el compositor y director Leonard Bernstein que la música de Mahler era premonitoria de las catástrofes a las que iba asistir la Humanidad. No le faltaba razón a Bernstein cuando cualquier amante de la música subraya ese tono épico y trágico que caracteriza, por ejemplo la Sexta Sinfonía, de Mahler. Esa misma sensación es la que se experimenta al escuchar la música sinfónica de un autor como Hans Werner Henze. Su música, inflamada por una intriga amenazante en cada movimiento, recupera ese lenguaje versátil y proteico del mejor Stravinsky sin renunciar a los silencios significativos y a melodías románticas que sumergen al receptor en un espacio lleno de incertidumbres.
Porque es la incertidumbre lo que mejor caracteriza no solo a la música de Henze, sino también el mundo que tanto le inspira y al que asiste como un eficiente narrador; ese mundo que ya presagiara Mahler, donde todo parece ajustarse a un estado permanente de caos y azar. Esa tonalidad épica que se muestra en sus sinfonías sobrevive, en el caso de Henze, por un aura de fragilidad constante, donde se percibe claramente que las causas de los grandes acontecimientos están sujetas a mínimas variaciones. Sus sinfonías como emocionantes discursos, fragmentados y aparentemente condenados al vacío, dejan en nosotros sensaciones de ensoñación y de intriga que explican paradójicamente cuán incomprensible son algunos comportamientos políticos y sociales que nos han llevado a esta globalización desigualitaria.
Esa metáfora en la que el aleteo de una mariposa provoca un huracán en otro extremo del mundo está inmersa en las sinfonías que Henze construye desde la influencias notables de Mahler, Bartók o Stravinsky. De esta forma, su música es ese lenguaje insólito, lleno de matices y pausas, donde se manifiesta que la alucinación y los espejismos también son formas sinceras de mirar a nuestra realidad cada vez más fascinante y deprimente.
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