la belleza homérica de una modelo para olvidar las masacres
Mi artículo en Mundiario sobre la modelo brasileña Gisele Bündchen.
A mí la Gisele me gusta porque me recuerda a las diosas homéricas. La Gisele es la dona angelicata del poeta, la más hermosa, la más delgada, la que más come, la que más viaja, la que más cobra. Todas esas virtudes que no comparte una sociedad que se ceba a productos sin gluten y a antidepresivos. Yo envidio a la Gisele porque me recuerda mi flaqueza y que mi genética no se ha detenido en los pormenores, sino en lanzarme al mundo con un taparrabos para que, como mucho, consiga un título universitario. Lo de esta chica es diferente. La Genética se ha esmerado en su arquitectura como si Vitruvio fuera una hormona en su organismo.
Porque Gisele refleja la destrucción de cualquier belleza alternativa y que, por encima de nuestra felicidad corriente, de andar por casa, hay otra mayor, inaccesible para los que llevamos con dignidad el encanto de las lorzas. Pero es necesario que la Gisele aparezca tan sensual y pornoerótica en esos anuncios de la tele porque así nos olvidamos de que el mundo se aproxima a su Armagedón. Lo apocalíptico es que nuestro cerebro se sienta hiperestimulado con esas piernas y ese pelo mientras caen los aviones y se masacran niños no solo en Gaza.
No sé si existe de verdad la Gisele, a lo mejor es una invención como el sexo tántrico (lo sé por experiencia), pero, cada vez que emerge de las aguas en mi Facebook, le doy al “Me gusta” y parece entonces que yo he contribuido a equilibrar las energías del Universo, a que esa belleza, después de mí y del calentamiento global, me sobreviva. Mamá, yo también te quiero.
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