Me dijiste que era un amor infernal como los que sufren las gacelas ebrias y los jóvenes de chapas rutilantes en su frente. No era el virgen que buscabas, acechadora mujer de barrio de puerto, pero sabía mi piel mejor que la del irlandés. Era todo fálico a nuestro alrededor y Gisele, que era tu nombre impropio, me atrajo de forma magmática per secula seculorum. Una vez que recitabas a Hughes me emocioné porque lo importante no era el mensaje ni tu voz, sino ese sentido de la belleza que tanta imperfección irradiaba. No podía erradicarte como al molusco bípedo, así que te contuve en mi memoria.
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