actualidad y función social de la poesía
Su último libro publicado, Sin lugar seguro, en Germanía Ediciones, corrobora una trayectoria literaria de gran madurez, al margen de modas culturales. Discretas apariciones en los medios y un infatigable trabajo en prensa, antologías y revistas literarias, otorgan a José Luis Zerón esa autoridad crítica que es necesario escuchar en estos tiempos de crisis para comprender mejor el fenómeno literario como un acontecimiento maldito y comprometido con la vida misma, sin esperar grandes reconocimientos a cambio. José Luis Zerón recupera en su último libro un tono elegiaco con el que regresa a la infancia como un tiempo desconocido y lleno de matices existenciales. En esta entrevista para MUNDIARIO, el poeta oriolano, editor durante muchos años de la revista literaria Empireuma, reflexiona no solo sobre su propia creación, sino también sobre cuestiones referentes a la actualidad de la literatura en nuestro país.
- ¿Hasta qué punto los propios poetas han sido culpables del sectarismo y de los escasos lectores que tiene la poesía?
- Esta es una cuestión que me han planteado en varias ocasiones y a la que respondo diciendo que la poesía siempre ha sido para minorías, salvo quizá la poesía popular que estuvo muy arraigada y que hoy no es más que una curiosidad arqueológica. Hoy precisamente, cuando más se repite que la poesía está aislada y casi en vías de extinción, se lee y se edita más poesía. Además, la poesía tiene una presencia constante en los medios de comunicación que difunden la cultura, si bien, y esto creo que no es bueno. Hay algunos poderes que se otorgan el derecho de hablar en su nombre. Igualmente me parece un tópico afirmar que a los poetas solo los leen los propios poetas. Por supuesto eso sucede así en gran medida, pero también conozco casos –y no pocos- de lectores de poesía que no son poetas, que no han escrito un verso en su vida. También hay que tener en cuenta, por otra parte, que han cambiado los medios de difusión de la poesía y ahora se publica y se lee mucho más en formato digital.
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- No pretendo pecar de optimista ingenuo. Sé que la poesía nunca será un fenómeno de masas, ni falta que le hace. Por otra parte, no creo que en la poesía solo haya sectarismo. Lo hay sí, en la medida en que hay poetas muy influyentes y amparados por los principales suplementos culturales que crean modas; pero también hay, y eso para mí es lo más interesante, una convivencia de estilos y tendencias, una pluralidad de voces que amplían y enriquecen el mundo poético actual. Además, algo que me parece muy positivo: en el mundo de la poesía contemporánea hay una constante reflexión crítica sobre lo poético. No digo yo que haya que exculpar a los poetas de la escasa repercusión que tiene la poesía. Desde luego hay poetas que han cometido excesos, bien como prevaricadores, entregándose a la banalización del lenguaje o a un exceso de sentimentalismo o actuando como profesionales de clase media, bien atrincherándose en un lenguaje hermético, opaco, intransitivo o en un exceso de celo en su responsabilidad como custodios del lenguaje. Recuerdo la reacción de Herberto Helder contra los que abogaban por una poesía de línea clara: decía con arrogancia “Dios mío, haz que yo sea siempre un poeta oscuro”. Era su lema. En cualquier caso creo que el poeta no debe degradar la palabra para halagar al lector. Y no entiendo que para parecer más cool tenga que arremeter contra la poesía autoinculpándose, como poeta que es, de ser un ciudadano pasivo perteneciente a la "aplastante mayoría silenciosa". Ahora la costumbre es que los propios poetas arremetan contra el ejercicio de la poesía denunciando su “inutilidad” y su “connivencia” por silencio y omisión con las maldades del sistema.
- ¿Hay honestidad?
- Uno empieza a estar harto de la misma cantinela, entre otras cosas porque no sé si la actitud del poeta actual responde a una acto de honestidad o de gazmoñería, y por otra parte me pone los pelos como escarpias tal acto de autocrítica, pues me hace recordar a los numerosos poetas y artistas de países totalitarios que fueron obligados a pedir perdón públicamente acusados de individualistas. Lo que no entiende el poeta de hoy, acomplejado antes las acciones mediáticas de muchos colectivos incendiarios -algunos de los cuales no escapan al sectarismo- es que escribir poesía es en sí un acto de rebeldía, insignificante lo sé, pero una forma de insumisión ante la retórica insensible y plana del pensamiento único y el abrazo corrosivo de la realidad. Por supuesto ha quedado atrás la creencia insostenible que parte del diálogo platónico Ión, que afirma que los poetas no son otra cosa que intérpretes de los dioses y que cuando poetizan lo hacen fuera de sí, es decir, inspirados. Pero sí creo que el poeta es un hereje, en el sentido de “hairesis”, que significa seguir el propio camino, elegir. El poeta, pese a su estado continuo de escucha y su amplitud de miras, –o al menos se le supone- está solo, puesto que su actitud ante la vida, su lenguaje mismo es un acto de resistencia que ha de llevar a cabo con determinación sin rendir pleitesía ni a las modas literarias ni a las más groseras y efímeras manifestaciones de lo contemporáneo; pero su acto de resistencia no debe ser un acto de arrogancia autista. Como decía, su mente ha de estar abierta a todo, cercana a todo. A veces la poesía puede ser una huida, una acción estupefaciente, cierto, pero sobre todo es conciencia de lo sorprendente, y por ello mismo el verdadero poeta lleva un crítico dentro y no puede librarse de los conflictos interiores y exteriores. También creo que escribir poesía, como diría Bergamín, es un acto de amor desinteresado que no suele ser correspondido en estos tiempos pragmáticos e interesados; por eso la poesía continúa siendo una forma de resistencia como cualquier otra más visible.
- ¿Y el lector?
- También habría que pedirle alguna responsabilidad al lector. El poeta no puede seducir al lector si este no se deja seducir poniendo un poco de su parte. Se vive ahora muy rápido y la poesía tiene un lenguaje lento, es decir, para comprender un poema el lector ha de dedicarle tiempo y atención. No hay que olvidar que el hombre de nuestra época tiende a un lenguaje cada vez más enunciativo y pragmático y la palabra poética es polisémica y por su vocación abarcadora exige del lector esfuerzo y complicidad. Creo que fue Ives Bonnefoy quien escribió que la poesía es la memoria de la unidad y de la totalidad con el mundo, que contradice la mayoría de las conductas que tenemos que sobrellevar en lo cotidiano desde hace unos siglos”.
- Siempre se pregunta por el papel de la poesía en nuestra sociedad como si los escritores tuvieran respuestas a problemas que no tienen solución. ¿Cómo diferencias el papel del escritor y el rol de persona ética?
- Sí es cierto. Parece que los poetas tengan que tener soluciones para problemas contemporáneos, pero la misión del poeta no es encontrar soluciones, sino plantear interrogantes. El poeta, siempre lo he dicho, ha de mantener una actitud ética, porque en sí la poesía es una ética. Ha de ser fiel a su lenguaje, dejar que sea; y ha de afrontar los numerosos conflictos de esta época tan convulsa y contradictoria, pero no necesariamente escribiendo una poesía de corte social. El verdadero poeta es un ser sensible y curioso, necesita el contacto con el mundo y sabe que nunca existieron las torres de marfil; lo que ocurre es que no tiene por qué ser una activista ni un predicador. Puede serlo, sí, y hay casos conocidos, pero para mí es más importante que sea alguien capaz de ver más allá de las seudoevidencias de la vida cotidiana y no un burócrata que conciba la poesía como un producto y haya dejado de creer en el sueño humanístico, una persona calculadora que no sea capaz de conmoverse, de entusiasmarse, de perturbarse ante la doble faz del mundo que le rodea: la maravillosa y la numinosa.
- En tu último poemario, Sin lugar seguro, regresas a la casa materna para mirar con nostalgia tu propia vida y tu mundo. Parece que la poesía se acerca siempre más a lo filosófico que a la propia literatura.
- Bueno, es evidente que la poesía se acerca mucho a la filosofía; en la escritura poética actúa la inteligencia y se emplean conceptos, pero también hay mucho de intuición, de sentimientos, emociones y sensaciones. La poesía contemporánea está en continuo diálogo con la filosofía y también con la ciencia y las artes y con otros lenguajes escritos. Pero no hay que tomar a la poesía por lo que no es. Se corre el riesgo de confundirla con otras expresiones que pueden contener cierto hálito poético y aspirar a fines similares a los que persigue la poesía. Lo importante es que el poeta encuentre un equilibrio entre el pensamiento y el sentimiento al estilo unamuniano para que el poema aliente y no sea ni un pequeño tratado conceptual ni un desahogo solipsista. En “Sin lugar seguro”, el regreso al hogar perdido –para ser más exacto a la casa de mis abuelos maternos, donde pasé muy buenos ratos de mi infancia y adolescencia-, tiene una parte de realidad pero también es un regreso alegórico. No es un poemario estrictamente autobiográfico, pero, en efecto, miro mi propia vida, la pasada y la presente, y mis estados de ánimo y mis sentimientos se funden con la naturaleza, que es una mezcla de paisaje feraz, sensual y desolado. No estoy de acuerdo en que la mirada sea nostálgica. Puede parecerlo, porque hablo del pasado, pero lo que trato es de huir del sentimiento nostálgico, que llega a ser peligrosamente atractivo porque te seduce y termina petrificándote. Celebro todo lo vivido pero reconozco que lo pasado está muerto, porque lo certifica el presente, de modo que los momentos de ruina, desasosiego y desolación suceden la mayoría de las veces porque vuelvo la mirada atrás, sin embargo el poema –porque se trata de un poema unitario fragmentado en tres partes y un epílogo- tiene, digamos, algunos fragmentos optimistas e incluso luminosos, producto de la asunción del presente y de la vida que sigue pululando ante mis ojos.
- El lenguaje de la poesía se presta a muchas variaciones e innovaciones; sin embargo, tengo la sensación que la narrativa, salvo algunas excepciones, parece haberse estancado en discursos lineales y de revisión histórica.
- Leo mucha novela y sí observo esa tendencia de la que hablas. La revisión histórica y el discurso lineal, en ocasiones demasiado plano, abundan en los novelistas actuales, seguramente porque de esta manera ganan más lectores y con ello dinero y notoriedad. Ofrecen una lectura fácil y aportan un conocimiento por la vía rápida, aunque eso sí, superficial. No obstante hay novelistas rigurosos profundos, abismales, que no renuncian a tratar las cuestiones más escabrosas que afectan al ser humano con sensibilidad e inteligencia y escriben con una línea clara, o al menos no son muy experimentales. Pongo como ejemplo a tres novelistas jóvenes españoles: Ricardo Menéndez Salmón, Isaac Rosa y Miguel Ángel Hernández.
- ¿Hasta qué punto la creación poética se convierte en una obsesión y no en un placer?
- Es una mezcla de las dos cosas. La obsesión se produce, sobre todo, cuando empiezas a gestar el poema en tu cabeza y aumenta en el momento en que le vas dando forma. Se llega al nivel de tensión máximo cuando el poema sale a la luz y pugna por sobrevivir. A veces el estado de tensión es tal que en cualquier momento puede suceder el resquebrajamiento definitivo del poema y que la voz termine cediendo a la autodestrucción. Claro, que esto no sucede siempre. Hay poemas que no presentan batalla, que salen dóciles y te dejan respirar. Pero esos otros, los que se abren camino a puñetazos y arañazos, te dejan exhausto, como si hubieras participado en un combate de boxeo. Como en un parto, la relajación viene después del esfuerzo, cuando reconoces a la criatura, aunque también puede sobrevenir una depresión, en este caso una inmersión temporal en el tedio, si bien esto último me ocurre con más frecuencia cuando termino un poemario. Siento entonces que ya no volveré a escribir más, pero siempre incumplo mi palabra. Afortunadamente la vocación poética no siempre resulta una obsesión dañina y a veces me produce satisfacciones. En cualquier caso, ya he asumido que la relación del poeta con la poesía es de amor y odio.
- Por último, no sé si tienes la sensación de que los escritores, entre múltimples presentaciones, ferias de libros, firmas en centros comerciales y clubes de lectura parecen haberse convertido en un producto a consumir más que en un referente creativo y de voluntad de vida.
- Sí, claro, el marketing, asumámoslo, es fundamental hoy en día para que un escritor sea reconocido. Sobre todo los escritores profesionales -la mayoría novelistas- se convierten en un producto más, en una figura mediática que ha de estar todos los días diciendo una frase genial o una perogrullada –da lo mismo- y armando polémica. En la poesía sucede a menor escala, pero también algunos poetas están sometidos a la servidumbre mediática, sobre todo si ganan un premio prestigioso o aparecen en una antología destacada. En los últimos años estamos asistiendo a una proliferación asombrosa de las antologías. Los antólogos son los que marcan el canon y exhiben a los canonizados y los someten a polémicas. Y los poetas bendecidos por los antólogos, claro, son los invitados a congresos, festivales y demás manifestaciones públicas de la poesía. Hace poco asistí como invitado a la feria del Libro de Alicante para firmar ejemplares de mi último libro. Como para mí todo aquello era una experiencia nueva pensaba que iba e estar más solo que la una -bueno en compañía de los poetas con los que compartía la caseta-, y que nadie compraría mi libro. Para mi sorpresa se acercaron algunos curiosos un tanto despistados y conocidos y amigos que charlaron con nosotros. Yo firmé varios ejemplares de mi libro, circunstancia que no esperaba. Fue una experiencia interesante, pero estoy convencido de que la poesía y el arte están en otro sitio.
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