Mi artículo en Mundiario sobre la frivolidad en los medios de comunicación.
El ensayo de Christian Salmon, editado por Península en 2010, es un referente excepcional del culto a la frivolidad por parte de los medios de comunicación. Sus reflexiones establecen que el paradigma de la autenticidad para los monopolios de la moda y el ocio se sustenta en la innovación de un fenómeno que se debe consumir aceleradamente. Su caducidad justifica el nacimiento de otro aparentemente más extraordinario. El trabajo de Salmon, Kate Moss Machine, es un análisis de la cultura posmoderna que describe las interrelaciones entre cine, moda y comportamientos sociales.
Su elocuencia expositiva reside precisamente en construir un modelo cultural a partir de Kate Moss, siendo la publicidad, la música pop y las pasarelas, objetos de consumo que frivolizan con los valores morales que han articulado la convivencia en Occidente: el honor, la culpa, el bien, entre otros. Estos valores estallan por los aires cuando el mundo televisivo nos presenta a Kate Moss como un nuevo estereotipo de belleza más mundano y pusilánime. Un nuevo modo de consumo que hace posible que chicas pecosas, con poco pecho y sin éxito social se ilusionen con una forma de vestir más chic y barata.
El hecho de que Kate Moss sea un símbolo de la transgresión, de la androginia, de lo iconoclasta no es lo más revelador, sino que Kate Moss ha conseguido que lo innovador y lo marginal se hayan sumado a la amplia oferta de productos que puede consumir la clase media. La modelo inglesa rompe con el pasado, con una tradición inspirada en un aura de fragilidad e idealismo que envolvía las pasarelas y los reportajes de moda en la década de los ochenta: "Su silueta grácil se ha convertido en tema de sociedad. Con diecinueve años está en el centro de cálculos financieros colosales, de estrategias de marcas, de apuestas estéticas y morales que la sobrepasan. El champaña y el tabaco-para limitarnos a la farmacopea oficial- la ayudan a mantenerse en pie" (pág. 89).
Kate Moss significa que el éxito está al alcance de todos, de cualquier chica de a pie. Ya no es tabú el hecho de que la moda, el cine y lo televisivo se relacionen directamente con lo espontáneo, lo popular y lo ilegal. Pero todo es un fraude. No deja de ser otra estrategia para que las grandes marcas sigan ganando más dinero y, en esta ocasión, brindando la oportunidad a las clases menos adineradas, a los más rebeldes, a los hastiados jóvenes de la Generación X que ven en esta modelo una nueva imagen del glamour, más cool, más próxima a los suburbios.
El valor del ensayo de Salmon está ahí, en esa intrigante conclusión a la que llegamos después de su lectura. El capitalismo consigue transformar en vendible cualquier sentimiento de frustración, cualquier reivindicación, cualquier chica que, sin la exuberancia de la Crawford, se muestra ante las cámaras con más defectos que virtudes.
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